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Escríbeme una carta

Escríbeme una carta Copio aquí un mini-artículo que escribí sobre el correo postal y que iba a salir en un fanzine (al final no sé si se llegó a publicar o no, perdí el contacto con su artífice).

Cada vez escribimos y recibimos menos cartas, esto es un hecho. Si alguno de ustedes se pregunta cuándo fue la última vez que escribió una misiva, es probable que lo recuerde con suma facilidad. ¿Significa esto que sí seguimos escribiendo cartas con cierta frecuencia? Todo lo contrario. El hecho de ser capaces de recordar cuál fue nuestra última experiencia epistolar demuestra lo poco que escribimos, en caso contrario nos sería muy complicado acordarnos de cuando y a quién enviamos una carta por última vez, al igual que nos es dificultoso recordar las veces que hemos llamado por teléfono a lo largo de toda la semana. Precisamente, si hemos de encontrar un culpable de la decadencia de la correspondencia epistolar, ése es el teléfono. Es tras su aparición cuando, por mera comodidad, las personas comienzan a tratarse mediante la comunicación más rápida y directa que ofrece el hilo telefónico. Sin embargo, a su vez, se pierde la reflexión, la intimidad y la sinceridad que proporciona una carta (es mucho más fácil ser sincero a través de un papel escrito que a través de un auricular, que nos sigue inhibiendo una barbaridad, aunque nos cueste admitirlo).
Aunque los principios del correo como sistema sí se remonten muy atrás en el tiempo, la costumbre de intercambiar ideas y reflexiones a través del correo no tiene un origen tan arcaico como podamos suponer,. De hecho, no es hasta principios del siglo XVII cuando se populariza de forma general el hábito de escribir cartas con contenidos más allá de asuntos económicos o políticos: "Llega la hora entonces de las correspondencias cultas que permiten realizar ejercicios de estilo y de intercambiar, no ya información, sino ideas. Esas relaciones a distancia, que siguen con frecuencia las mismas rutas que el comercio de mercancías, se convierten a veces en amistad, y facilitan la hospitalidad en los viajes a los que tanto se dedicaban los hombres de negocios de la época" (de “Histoire et pouvoirs de l´ecrit” de H. J. Martin). La afición a sostener una correspondencia fluida con personas que se encuentran excesivamente lejanas para visitarlas se va extendiendo con premura y, en poco tiempo, casi todos conocen el mecanismo y las reglas de comunicación que dan forma a una carta (una estructura de encabezamiento – cuerpo – despedida, un lenguaje más cuidado que el oral pero en el que el corresponsal escribe imaginando, sintiendo, que está hablando con el receptor...). En cuanto a la manera de hacer llegar las misivas a sus destinatarios, ya en el siglo XVIII tenemos en gran parte de Europa tres tipos de correo posibles: el correo oficial (no muy popular debido a su lentitud, su poca seguridad y a los altos precios), el correo privado (por medio de mensajeros y principalmente relacionado con asuntos de negocios) y el correo ilegal (el más utilizado y que funcionaba a través de los propios criados de la aristocracia que se encargaban de transportar las cartas, esas cartas de amor y cortesía tan habituales en novelas románticas como “Orgullo y Prejuicio” de Jane Austen, o en la muy anterior “Pamela” de Samuel Richardson).
El resto de la historia ya la conocen, con el asentamiento del correo postal como fundamental forma de comunicación de sentimientos, ideas y opiniones; hasta la llegada del teléfono, por supuesto. Dicen que el correo escrito vuelve a estar de actualidad en este siglo XXI, pero no mediante folios ni cuartillas, sino a través de un ordenador o un teléfono móvil (e-mails, mensajes de texto..., llámenlo como quieran); Sin embargo, no está tan claro. La comunicación mediante estos soportes está mucho más cerca de una conversación telefónica que de una carta. Un correo electrónico se redacta sin meditar las palabras, con rapidez e intentando decir mucho con la menor cantidad de locuciones posible, todo lo contrario que en una (buena) carta, en la que el escribiente se deleita y se explaya en cada párrafo, porque no intenta contar algo, sino expresar algo. Por ello, para muchos continua siendo más gozoso recibir una carta de papel cada cierto tiempo que recibir veinte correos electrónicos cada día.

2 comentarios

Civ -

La espero, Eva. Tú dile al cartero que es para mí, que seguro que sabe dónde es.

Eva -

Me gusta, mañana te mando una carta.